MEDEÉ FU
Música francesa e italiana de finales del siglo XIV
PRIMERA PARTE
Fortuna Ria (ballata) / Francesco Landini (ca.1300-1397)
Quant joine cuer (ballade) / Jean Robert “Trebor” / (fl. 1390-1410)
Tre fontane (istampitta) / Anónimo italiano (s. XIV)
Fumeux fume par fumee (rondeau) / Solage (fl. 1370-1390)
Et in terra - Spiritus et alme / Nicolaus Zacharie (fl. 1417-1431)
Or sus, vous dormés trop / Anonymous / Codex Faenza (s. XIV)
SEGUNDA PARTE
J'aime la Biaute / Anonymous / Codex Faenza (s. XIV)
J’ay grant desespoir de ma vie / Anonymous / Codex Faenza (s. XIV)
Medee fu (ballade) / Johan Simon de Haspre? (fl. 1378-1428)
Tres dous compains (chace) / Anónimo francés (s. XIV)
Aurea flamigeri / Antonius Romanus (s. XIV)
Sumite karissimi (ballade) / Magister Zacharias (fl. 1417-1431)
Credo / Trento 87 / Johannes Ciconia (c. 1370-1411)
Patricia Paz / canto
Fernando Paz / flautas
José Manuel Navarro / vihuela de arco
Leonardo Luckert / vihuela de arco
Cuando nos imaginamos el mundo sonoro de fines del Medioevo, casi siempre lo hacemos pensando en las cortes de los príncipes y magnates del momento, en los fabulosos recursos que ponían en juego para reunir a las mejores voces y a los mejores sonadores de instrumentos que interpretaban el repertorio de moda, en parte conocido gracias a manuscritos adquiridos o mandados copiar por los mismos que patrocinaban a quienes le daban vida. Pocas veces pensamos que, al margen del lujo que suponía llevar consigo a todas partes más de media docena de cantores y un organista, por si venía al caso celebrar una Misa con canto polifónico, o unos cuantos ministriles que supiesen tocar los más variados instrumentos, por si apetecía escuchar alguna canción durante la sobremesa o bailar un rato, había un mundo que hacía que todo ello fuese posible: el del colectivo social de músicos.
Ser músico hacia la última década del siglo XIV, por centrarnos en unos años en concreto, suponía que o bien te especializabas en el canto, lo cual implicaba que además sabías hacer alguna otra cosa -copiar música o construir órganos era lo más frecuente-, o bien te dedicabas a tocar algún instrumento; en tal caso había que elegir entre viento, cuerda o tecla, y una vez que la elección estaba más o menos clara era cuestión de adquirir habilidad en unos cuantos instrumentos, dentro del área de especialización, prestando atención especial al instrumento más solicitado del grupo: chirimía, en el caso de los de viento, arpa, en el de los de cuerda, y órgano en el de la tecla. Ser ministril, que es así como se denominaba a los sonadores de instrumentos en la época, implicaba tener muy buena memoria, porque el repertorio raras veces se interpretaba con la “partitura” delante, y si además se pretendía hacer carrera, había que tener excelentes dotes para la improvisación, cualidad tanto o más apreciada que la del virtuosismo en sí.
Hiciesen o no carrera, parece probado que los ministriles acompañaban a los cantores cuando éstos interpretaban el repertorio polifónico profano, en especial aquel tipo de piezas con una única voz textuada como son, por ejemplo, las baladas. Sobre qué instrumentos en concreto se hacían servir para acompañar el canto nada se sabe, pero es de suponer que las combinaciones fuesen múltiples y diversas. Se hallarían ensayando, buscando combinaciones sonoras nuevas, y la de dos violas o vihuelas de arco y una flauta cabía dentro de las posibles. Eran instrumentos a disposición de todos, sobre todo la vihuela de arco, y su sonido, dulce y melodioso, cumplía todas las premisas estéticas del momento.
Imaginemos a tres jóvenes ministriles ensayando con un cantor, y para el caso podía servir la esposa de alguno de ellos (las había que sabían música), en el taller de un luthier llamado Pere Palau, que funcionaba en Aviñón desde la década de los 80 y que tanto fabricaba instrumentos de cuerda como flautas. Imaginemos que un cantor de los muchos que se daban cita en la ciudad papal les acaba de prestar un par de cuadernos de música que había copiado por encargo de un señor extranjero, uno con repertorio italiano y el otro con repertorio francés de celebrados maestros del momento. Ella canta y ellos tocan, y a la vez que ejercitan sus dedos tratan de retener de memoria las canciones que hay que devolver, porque el chantre no se fía y de un momento a otro puede presentarse a recoger los preciosos manuscritos. De repente recuerdan que tienen que ir a tocar a una fiesta y repasan a toda prisa un par de danzas, dos estampidas que siempre son del gusto general. Luego siguen con los cuadernos y descubren que el chantre ha olvidado dentro de uno un bifolio con un Credo del que dicen que es el compositor más apreciado por el duque de Milán: Johannes Ciconia. Aunque saben que por ahora nadie va a pedirles que acompañen un Credo, lo prueban porque están seguros que funciona; el bifolio incluye el comienzo de un madrigal del mismo autor, que debía ser cosa muy nueva por referirse a la visita que una delegación de la ciudad de Lucca acababa de hacer a la de Pavía (junio de 1399). Del cuaderno con repertorio italiano, que es el que más les llama la atención, ensayan tres de las muchas balatas del maestro Landini, fallecido hacía poco (septiembre de 1397), y una curiosa balada de corte francés que el chantre amigo les había dicho que era de un joven colega suyo italiano, Nicola Zacharie, de gustos un tanto afrancesados. Con el repertorio del cuaderno francés se sienten más cómodos; descubren un viejo estandar, Très dous compains, y luego prueban con piezas de un grupo de los novísimos de fines de la década de los 80, Trebor, Solage y Hasprois.
Cansados del mucho ensayo, del esfuerzo por retener lo máximo en el mínimo de tiempo y seguros de que las dos violas y la flauta se conjugan a la perfección con el canto, se disponen a recoger sus instrumentos nuevos, encargados y pagados por su señor, que es en realidad lo que les había llevado a Aviñón.
Valga como homenaje a estos músicos silenciosos del pasado, el colectivo de ministriles que acompañaban el canto y la danza ajenos a cualquier tipo de promoción personal, este ramillete de piezas franco-italianas de fines de la Edad Media, de cuando el arte gótico producía sus últimas y más sofisticadas manifestaciones artísticas.
Maricarmen Gómez
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